Desde el inicio del ciclo lectivo nuestra Comunidad se vio iluminada con la invitación de ser “Peregrinos de Esperanza” en este Año Santo Jubilar. A su vez, los primeros veinte años de historia de nuestra comunidad nos traen una gran cantidad de recuerdos que revalorizan nuestra opción de caminar educando tras las huellas de tantos que nos precedieron. Además, la oportunidad que se presenta ante nuestros pasos es providencial: abriendo caminos y corazones somos portadores de un poderoso mensaje que perdura con el paso del tiempo dando un nuevo impulso a nuestras opciones fundamentales. Sin embargo, tenemos que reconocer que el tiempo que transitamos nos exige acompañar, integrar, sostener y proteger nuestra comunidad porque muchos contextos no son alentadores. De allí, que nuestra reflexión nos invite a mirar la realidad y lograr transformarla.
Nuestro Arzobispo, Monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, nos decía en su Carta Pastoral de este año: “No nos faltarán dificultades y crisis: las propias de la vida, el desgano, las decepciones, los problemas comunitarios, los sufrimientos personales y familiares, la difícil situación socio económica, etc. Y más de una vez nos podremos preguntar ¿cómo seguimos?, ¿cómo no abandonar esta misión de ser peregrinos de esperanza en la ciudad de Buenos Aires? Porque, como también decía Pironio, Indudablemente vivimos tiempos difíciles. Es inútil lamentarlo. Más inútil todavía, y más desastroso, es querer ignorarlo como si todo marchara bien, o dejarse definitivamente aplastar como si nada pudiera superarse.”
El desafío que tenemos por delante nos encuentra en unidad y esperanza y tras las huellas de Jesús comprendemos que nuestra esencia se mantiene intacta cada vez que nos proponemos vivir siendo nuestra mejor versión. Desde el momento en que abrimos nuestros corazones a los misterios de la fe cristiana acontece una conversión personal, que es la puerta necesaria que debemos atravesar para lograr una conversión pastoral que atraviese todas las estructuras que forman parte de nuestra escuela. En ese contexto, todo camino que la escuela recorra necesariamente debe estar enraizado en el kerygma, es decir, el mensaje central de nuestra fe. Nuestro Arzobispo nos decía al respecto: “¿cómo transformar en signos de esperanza esta realidad de la baja de natalidad y de matrícula tan pronunciadas? Las animo a que, reconociendo el problema, a la vez, no nos volvamos profetas de calamidades, que hacen perder a nuestras escuelas lo más propio, que es el espíritu de alegría y las ganas de vivir anunciando a Cristo.”
Que nuestro encuentro cotidiano con Jesús resucitado, abra caminos donde pareciera que otros lo han cerrado y permita que muchos corazones se abran para que el INSU continúe su misión en el barrio: evangelizar educando unidos y de la mano de María, Nuestra Señora de la Unidad.